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Marta García

08/04/15

Primavera silenciosa

Era por estos días en 1962 cuando la bióloga estadounidense Rachel Carson publicaba Primavera silenciosa, un libro tan actual aquí y ahora. La historia es fácil de resumir. Carson vivía en una zona rural en la que cada primavera se escuchaba el feliz sonido del canto de los pájaros.

Pero cada nueva primavera ese sonido era menor porque había menos aves. Investigando el motivo apareció la relación entre el uso generalizado de insecticidas, herbicidas y pesticidas con la muerte de aves. Y así, en una loca espiral, con menos aves se utilizaban más venenos. La conclusión se resumía estremecedoramente en el título. Quizás algún día llegará una primavera en la que no se escuche el canto de los pájaros, y ese silencio anunciará el fin de todos y de todo.

Recordábamos esta semana, otra vez, aquel libro premonitorio cuando al hacer la compra comprobamos que empieza la temporada de primavera viendo estanterías repletas de insecticidas de todo tipo y condición. Vuelve la guerra química, de la que hoy quisiéramos mostrarles tres escenarios, empezando por los insecticidas. Con frecuencia usamos la metáfora de matar moscas a cañonazos. En este caso se queda corta. Sería más correcto decir que matamos moscas con bombas atómicas.

Es fácil imaginar la toxicidad que puede tener un producto capaz de matar a todo bicho viviente en un domicilio con unos segundos de pulverización. Afortunadamente, nuestro organismo es más resistente para algunas cosas que el de los insectos, pero conviene recordar que hablamos de veneno y que en ese mismo domicilio respiramos seres humanos. Se nos asegura, faltaría más, que es inofensivo para las personas, pero el libro de Rachel Carson enumera muchos biocidas que, en su día, aseguraban lo mismo hasta que se demostró que no eran tan inocentes.

Otro frente de guerra química lo tenemos en los valientes árboles urbanos. Hace unos meses nos llegaron varias consultas preocupadas por ver carteles advirtiendo sobre el uso de glifosato como herbicida en los alcorques de árboles urbanos en varias calles de Vigo. Parecía un tanto contradictorio colgar carteles de advertencia sobre el uso de un producto que al mismo tiempo se declaraba inocuo. Esta semana la Organización Mundial de la Salud nos resolvía la duda: el glifosato aumenta su categoría de toxicidad y pasa al grupo de carcinógenos, es decir, que sus efectos carcinogénicos están probados en animales y posiblemente cancerígenos para los humanos.

Conviene recordar que desde el año 2000 en el que expiró su patente exclusivo de Monsanto su uso está siendo absolutamente generalizado. Es el mismo componente con el que se riegan las cunetas de autopistas y autovías y, por escorrentía, llega por ejemplo a la ría de Vigo sin tratamiento alguno. Ya saben, se considera que las aguas pluviales están limpias.

Nuestro siguiente escenario está en la calle, y tiene un bonito color amarillo verdoso. Es cada vez más frecuente ver azufre esparcido por las esquinas. El motivo es utilizar su olor desagradable para evitar que los perros orinen donde se esparce. En realidad su presunta eficacia es una leyenda urbana, pues el azufre satura inmediatamente las papilas olfativas de los perros y no funciona como tal repelente, pero es un producto altamente tóxico por inhalación, ingestión y contacto con la piel, tanto de animales humanos como no humanos. Seamos conscientes de que estamos regando las calles con ácido sulfúrico y nuestro aire con dióxido de azufre, o lo que es lo mismo, fabricando lluvia ácida. Las aves, los insectos y nosotros no somos tan diferentes en el fondo. No parece razonable pensar que lo que mata a unos sea totalmente inofensivo para otros, ni para el conjunto del mundo.

La metáfora que habla de matar moscas a cañonazos se queda corta

Zumo de limón mejor que azufre

Los remedios naturales son eficaces, con el valor añadido de ser inocuos y considerablemente más baratos. Un simple chorro de zumo de limón evitará que el perro del vecino le orine en el portal (y huele mejor, además) mucho mejor que el azufre, y con tal motivo no se envenenará ni usted ni el perro ni sus vecinos. Unas macetas con albahaca, lavanda o menta en su ventana ahuyentarán una buena parte de los insectos de su casa, y de paso le sirven de ambientador.

Las presuntas malas de hierbas (nosotros preferimos llamarlas plantas silvestres) en los alcorques de árboles urbanos retienen la humedad, aportan nutrientes y oxigenan el suelo, y todas ellas son cosas vitales para la supervivencia de estos sufridos aliados en la limpieza del aire que respiramos.

Finalmente, claro, les recomiendo el libro. Leer «Primavera Silenciosa» es un poco asomarse al horror, pero sobre todo es un canto a la esperanza, que de eso se trata, de escuchar primaveras ruidosas con el canto de las aves, la más amable y feliz contaminación acústica del mundo. La que garantiza la continuidad de la vida.