CHIL.org

Marta García

14/12/14

Bosques para combatir el hambre

Una empresa productora de alimentos está dispuesta a invertir millones de dólares para salvar a los bosques. Parece una labor altruista. No lo es. Es una decisión de negocios que busca, sobre todo, evitar el riesgo. Unilever, la multinacional presente en más de 190 países y dueña de 400 marcas, estima que pierde 300 millones de dólares al año por los impactos del cambio climático. Paul Polman, su presidente, afirma que, de seguir las cosas como van, producir alimentos puede dejar de ser rentable en los próximos 30 a 40 años.

¿Puede el clima impedir que haya comida para la cena?

Actualmente, mil millones de personas se van a la cama con hambre, a pesar de que producimos suficientes calorías para alimentar 10.000 millones de seres humanos. La seguridad alimentaria, un objetivo de desarrollo, sigue siendo una ilusión. La razón principal es que la distribución y repartición de comida se hace de forma inequitativa. Y además, ¡se desperdicia!

La deforestación de los bosques es responsable del 12% de las emisiones de gases efecto invernadero que causan el calentamiento global

La población global ya sobrepasó los siete mil millones de personas y se proyecta que superará nueve mil en 2050. Para ese entonces habrá que incrementar la disponibilidad de comida en un 50% a un 70% (suponiendo aumenta el consumo de proteína animal). Eso no significa expandir la frontera agrícola. Significa saber dónde y cómo producir, y tener sistemas mucho más eficientes y equitativos.

Alimentar una población que crece a pasos agigantados necesita una estrategia integral y más si se le suma un gran desafío: el cambio climático que ya tiene y tendrá impactos en dónde y cómo producimos la comida. La capacidad productiva agrícola disminuirá en muchas regiones del mundo lo que será un riesgo para el suministro. La CEPAL, por ejemplo, estima que la producción de cultivos básicos en América Latina podría disminuir entre el 12% al 50% en 2100, bajo escenarios de cambio climático. Los más afectados serán, como siempre, los más pobres y vulnerables. El suministro de alimentos estará en riesgo.

Pero hay una fórmula para disminuir el riesgo: ponerle el freno a la deforestación y manejar los bosques como parte de una estrategia de adaptación y mitigación. Los bosques, que talamos casi con indiferencia, están íntimamente relacionados con los riesgos climáticos y la seguridad alimentaria.

En el plano territorial, sabemos el papel que juegan los bosques: brindan agua, regulan el clima, disminuyen el viento, mejoran los suelos, atraen a los polinizadores, protegen de las avalanchas, inundaciones y las plagas. Y también: son un bien económico indispensable para los seres humanos ya que de ellos se extraen materias primas como la madera, leña, frutos, y aceites esenciales.

Los bosques juegan un papel determinante en el clima. Su deforestación es responsable del 12% de las emisiones de gases efecto invernadero que causan el calentamiento global. Además, la pérdida de ellos puede afectar los patrones de lluvias: los bosques amazónicos regulan el clima de importantes zonas productivas del sur de continente.

Curiosamente, la agricultura de productos básicos de consumo es responsable del 70% de la deforestación de los bosques tropicales y subtropicales. En lugar de crear un sistema agrícola que integrara a los bosques y aprovechara sus servicios, deforestamos y dejamos los cultivos a la deriva e impactado muchos ecosistemas.

Si seguimos con este modelo de desarrollo descontrolado, produciendo a costa de la naturaleza, para 2050 habremos perdido 232 millones de hectáreas de bosque, seremos más de nueve mil millones de personas y estaremos sufriendo los impactos del cambio climático, por haber cruzado el límite de 2 grados de calentamiento en relación con la temperatura preindustrial. Ese es un camino, aunque sea un contrasentido elegirlo.

El otro camino es tomar medidas ambiciosas y urgentes. Por ejemplo, comprometernos a cero deforestación neta en 2020, y buscar producir mejor, con mayor eficiencia, protegiendo los bosques y los suelos que también almacenan importantes niveles de materia orgánica y carbono. Si se cumple esa meta, para 2050 solo se habrá perdido 50,5 millones de hectáreas de bosque, suponiendo que no se llevan a cabo actividades de reforestación y recuperación de los ecosistemas. Se habrá reducido más del 10% de las emisiones globales y estaremos más cerca de garantizar un escenario climático al que nos podemos adaptar. Es la fórmula para garantizar seguridad climática y alimentaria (además de seguridad energética, hídrica, entre otros servicios).

Y además: ¡es posible! Brasil, que había sido responsable de una cuarta parte de la deforestación global, logró disminuir la tala en un 70%. Otros países también se han comprometido a metas ambiciosas de reducción de la deforestación en alianza con los sectores productivos.

La mayoría de países boscosos están en vía de desarrollo y quieren proteger sus bosques, pero no pueden hacerlo solos. El mensaje que han enviado a la comunidad internacional en los últimos meses es que están dispuestos a hacer más si trabajan en colaboración.

En la Declaración de Bosques de Nueva York que se adoptó en la Cumbre del Clima de Ban Ki-moon, gobiernos, empresas, comunidades y ONG se comprometieron a tomar medidas para detener la deforestación. Hay otras iniciativas en las que las empresas, el sector agropecuario y financiero han avanzado para mejorar sus prácticas productivas asumiendo retos como reducir la deforestación en la cadena de suministro.

Y sobre la misma senda, en plena Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Cambio Climático (COP 20), 14 países en desarrollo lanzaron el Desafío de Lima. Mediante esta iniciativa, los países aseguraron que estarían dispuestos a aumentar su ambición para combatir la deforestación y el cambio climático, y cuantificarla. Siempre y cuando, esto se haga en alianza con los países desarrollados y con apoyo financiero.

Los bosques tienen que estar en la agenda de los gobiernos, de las empresas, de la sociedad civil. Y no porque salvarlos sea una misión altruista. Es porque no podemos vivir sin ellos. Eso es un hecho incuestionable. Con ellos combatimos el cambio climático, con ellos aseguramos nuestro futuro, con ellos combatimos el hambre.